viernes, 28 de febrero de 2014

EL DÍA QUE RATZINGER DIJO ¡ BASTA !

La renuncia de Benedicto XVI al papado sacudió al mundo y propició la segunda revolución franciscana

( Publicado en  EL CORREO-Digital por Pedro Ontoso el miércoles, 26 de febrero de 2014 )


Varios cuervos se posan sobre una estatua de la basílica de San Pedro, en el Vaticano.
    Benedicto XVI reapareció el pasado sábado en un acto público cargado de simbolismo. El nombramiento de los primeros cardenales de Francisco, los que le asesorarán en su pontificado, abierto de una manera abrupta, ahora hace un año, cuando Ratzinger recuperó la energía de su antiguo ‘brazo de hierro’ y pegó un puñetazo sobre la mesa. «La llegada de Francisco ha hecho que por aquellas ventanas que dejó abiertas Juan XXIII entrase ahora un viento austral, unas veces suave como la brisa, otras huracanado, pero siempre saludable y respirable para las estancias de la Iglesia», escribe Pedro Miguel García Fraile, en el prólogo del libro ‘El valor de una decisión’ (PPC), en el que Juan María Laboa, Vicente Vide y Manuel Reyes Mate analizan los motivos y las consecuencias de aquel ¡basta ya! Un total de 174 palabras en latín, que corrieron, Urbi et Orbi, antes de que el viejo profesor de Baviera se despidiera como ‘el barrendero de Dios’, «el que habría limpiado la Iglesia de Cristo de las corruptelas, escándalos y pecados heredados».
    ¿Se trataba acaso del final de una idea sacra del papado?, se pregunta Laboa en la primera parte del libro cuando analiza la sorpresa y el desconcierto generado por aquel anuncio, con el que muchos católicos sintieron el ‘horror vacui’, el horror al vacío en una institución tan sólidamente establecida, diseñada y estructurada. «El hombre que gozaba del poder más personal y más influyente en las conciencias del mundo lo abandonó con calma, con paz y simplicidad, y se introdujo en el mundo del silencio y de la intimidad», escribe.
    El profesor emérito de la Universidad de Comillas recuerda que, según la tradición, el apóstol Pedro murió en la cruz en Roma hacia el año 65 de nuestra era y que a partir de ese momento, los obispos de Roma ejercieron su oficio hasta su muerte, «o a veces hasta que la imposición de los poderosos o su propia voluntad determinaba su punto final». El obispo de Roma era el sucesor de Pedro y se va elaborando su sublimación. «Teólogos y canonistas romanos despliegan su ingenio en la enumeración de títulos y en la atribución de poderes que poco a poco van sedimentando y creando una aureola que seguramente se fundamentaba menos en el Evangelio que en la exageración sacerdotal de cuanto la tradición y la historia atribuían a emperadores y reyes».
    Laboa se refiere a una imagen literaria y poética que terminaba «peligrosamente» teológica. «Los papas, exaltados con desmesura, fueron comportándose, en consecuencia, como monarcas, legisladores y jueces absolutos de la catolicidad. La Curia se convirtió en una maquinaria poderosa de control, de acumulación de beneficios y dinero, de imposición y castigo. Era impersonal en el ejercicio del poder, aunque cada uno de sus miembros tenía sus objetivos y ambiciones bien concretas. Para convertirse en un poder absoluto, los papas necesitaban una Curia implacable, poderosa, dominadora y dócil, y lo consiguieron».
Benedicto XVI reconoció que ya no tenía las fuerzas requeridas para ejercer adecuadamente ese cargo. La renuncia demostró la situacion de indefensión en la que se encontraba el Papa en la Curia romana, «dividida y enfrentada, demasiado mundanizada, apegada a unos vicios y unas ambiciones propias de la política y el poder», señala el historiador de la Iglesia, para quien este abandono ha puesto de manifiesto, también, la urgente necesidad de cambiar, transformar y modernizar el sistema del gobierno central de la Iglesia.
    Vicente Vide, decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto, destaca en su análisis que lo que está en juego es la credibilidad de la Iglesia. Por eso arranca ya con unas palabras «proféticas e iluminadoras» de Benedicto XVI: «Hoy la Iglesia se ha convertido para muchos en el principal obstáculo para la fe. En ella solo puede verse la lucha por el poder humano, el mezquino teatro de quienes con sus observaciones quieren absolutizar el cristianismo oficial y paralizar el verdadero espíritu del cristianismo». Y lo decía diez años antes de su sorprendente renuncia cuando ya el gobierno quedaba en manos de secretarios y miembros de una curia centralizada y piramidal.
Pero «de la cruz no se baja», pontificaban los viejos dinosaurios del Vaticano. Vide valora el significado «cristológico y eclesiológico» de la renuncia de Ratzinger. «El papa, que fue prefecto, defensor firme de la fe, valedor del pensamiento metafísico fuerte, asume también la debilidad, la contingencia y el anonadamiento al dejar la silla de Pedro vacía, y la imperfección, ante muchos ojos eclesiales y humanos, de no terminar con la muerte su pontificado». El teólogo insiste: «Desmitificar el papado, como lo ha hecho Benedicto XVI, contribuye a la credibilidad del mismo y de la Iglesia como así ha sucedido. Es sorprendente cómo en unos meses ha aumentado la credibilidad y la imagen pública de la Iglesia. Es verdad que se debe sobre todo al papa Francisco, pero la elección de papa Francisco ha sido posible gracias a la renuncia de Benedicto XVI», defiende.
    Vicente Vide pone en valor la carta que envió el jesuita Henrio Boulad a Benedicto XVI en 2009 con un diagnóstico eclesial muy acertado, que coincide con lo que ahora impulsa el jesuita Bergoglio. En la carta de Boulad, padre egipcio-libanés de rito melquita, se señalaba cómo la práctica religiosa está en constante declive y los seminarios y noviciados se vacían. Y se advertía de que el lenguaje de la Iglesia es «obsoleto, anacrónico, moralizante y totalmente inadaptado a nuestra época». Proponía una renovación y reformulación teológica y catequética, «superando una fe demasiado cerebral, abstracta y dogmática». Vide observa que lo que proponía en el plano moral «coincide con el planteamiento que también está haciendo Francisco: los dictámenes del magisterio sobre el aborto, el divorcio y la moral sexual requieren algo más que declaraciones categóricas, necesitan de un tratamiento pastoral, sociológico, psicológico y humano», propone.

El compromiso de llamarse Francisco
    Reyes Mate, profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC, entiende la renuncia de Ratzinger como un gesto apocalíptico y reflexiona sobre la temporalidad del ministerio a través de una comparación entre el discurso del Papa y de su colega alemán Johann Baptist Metz, que representaban dos teologías contrapuestas. El segundo defiende que la apocalíptica es la madre de la teología cristiana. «Los acontecimientos –escribe Reyes Mate– obligan a las personas ya las instituciones a repensar los compromisos y las promesas. Auschwitz, por ejemplo, cuestiona las consoladoras teologías de la historia a lo Teilhard, Pannenberg o Ratzinger».
     El filósofo concluye que Francisco es el Papa que sucede al que renunció, es decir, en él se encarna el nuevo tiempo, por lo que la pregunta es «si tendrá el coraje de transformar este acontecimiento en un giro apocalíptico». Reyes Mate destaca que Francisco no solo abraza el ideal de pobreza, «sino que lo funda en una renuncia que no es al ministerio papal, sino a algo mucho más radical: la renuncia a todo derecho, al derecho a ser sujeto de derechos. El derecho es imperio de la ley, es decir, poder. Su fuerte no es una nueva doctrina sino una nueva forma de vida», sostiene.
    En cualquier caso, Reyes Mate admite que los primeros pasos de este franciscanismo prometen mucho y son esperanzadores. «El sabrá por qué ha elegido ese nombre», destaca. Juan María Laboa entra también en este debate. Bergoglio eligió el nombre de Francisco «un nombre que es incompatible con el fasto, la soberbia de los ojos, el alejamiento de los hermanos, el poder y la gloria humanos. Ningún papa se había atrevido a adoptar este nombre, porque fueron conscientes del compromiso que significaba».
    ¿Es extraordinario y desconcertante todo lo que ha hecho y predicado Francisco desde sus primeros días? Laboa sostiene que lo que debiera desconcertarnos es que «el obispo de Roma, el llamado vicario de Cristo, navegue entre lujos, acompañado de guardias suizos, rodeado de obispos que actúan como monaguillos, en tronos, palacios, sillas gestatorias y rodillos mecánicos, envuelto en sedas, puntillas, armiños, mantos, manteletas, zapatos de Prada y mil zarandajas semejantes, siempre, eso sí, acompañado de una cruz en la que cuelga nuestro Fundador. Si volviera Cristo ¿cómo se presentaría? No lo sabemos, pero ¿lo imaginamos disfrazado de tal guisa?